Durante mi infancia soñaba con elefantes, delfines y caballitos de mar.
Los censos amistosos aseguraban que para vivir la realidad debía volverme fetichista y trataron de resarcir mis deseos con objetos de cristal.
Preferí dañar mi hipocampo para olvidar instantáneamente quiénes son los amigos que se empeñan en que deje de soñar.
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