Cada vez que poníamos el dial de la radio "La Colifata", una tríada acórdica de voces se trasladaba hasta mis oídos y se multiplicaba como un haz de luz. Todos sabíamos que sólo dos rayos podrían llevarnos por el mítico túnel, tan nombrado en los rumores de los pasillos.
Los conductores de base decían que debíamos atravesar los pabellones luz hasta encontrar el túnel. Era el único modo que teníamos para escuchar en la radio todos los mensajes subliminales interesantes que nos enviaban desde otras realidades.
Yo guardaba un secreto, pero pronto los directivos se enteraron sobre mis capacidades para ingresar a un ramal del túnel luz, que en realidad se componía por una oscuridad adimensional, apenas alumbrada por un brillito lejano e indefinible en estas oscuridades kilométricas estridénticas rimbométricas.
Los superiores me designaron para investigar la limpieza de cada conducto lumínico y, por buscar lo inexistente material, he quedado alojada, inmóvil, en el vértice interno de un túnel cónico donde caminaba, a tientas, persiguiendo aquél hilo de luz. Desde aquí observo que también quedó alguien, acurrucado, observándome desde el otro lado del orificio. Y al acercarnos, tapamos eternamente la escasa luz que teníamos.
4 comentarios:
Me dejas pensando, me muentras realidades con tu forma de decir.
Me gusta.
Alberto, desde lo oscuro.
Gracias, Alberto.
Me encanta este relato. La Colifata, ese gran proyecto, una obra maestra porque a partir de él han surgido varios similares, con grandes propósitos.
En Venezuela también, pero con otro tipo de "reclusos".
Besos encerrados.
Me alegra tu visita, Pupila...
Hace tiempo que tengo olvidado los Blogs por motivos "externos".
Ya te contaré más.
¡Saludos abiertos!
:)
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